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A un solo paso del precipicio

Raíces psicológicas del conflicto nacionalista

 

A un solo paso del precipicio podría ser la descripción de una situación, propia de este momento político y social, desde luego, pero también la descripción de una condición humana, un lugar común, una configuración que compartimos humanos de muy distinta situación geográfica, cultural y temporal.

 

Podríamos pensar, de forma bastante ingenua, en las sociedades actuales como repletas de “gente buena”, sea lo que sea que se entienda eso, que yo nunca he terminado de entender. Gente sana y feliz, cuyas vidas trascurren entre la dedicación a un trabajo en pos de la comunidad, una familia, una felicidad significativa, aunque todo el mundo sabe que “la felicidad son esos pequeños momentos” o que “la felicidad completa no puede existir” y algunos tópicos más. Podemos vivir en el tópico y hacer un tópico de nuestra vida. O podemos ir más allá como, por fortuna, han ido tantos notables personajes y, subidos a hombros de gigantes, ver lejos.


Desde el psicoanálisis, con todas sus rarezas y exageraciones, y como ha repetido en todas y cada una de sus películas Woody Allen, se nos habla del hombre moderno como un ser reprimido, incompleto, disfuncional, cercano a la locura. Desde las filosofías orientales, tan radicalmente distintas, se habla de la enorme patología de la persona que aún vive o sobrevive en la más oscura de las ignorancias, como dice aquella bonita frase: “conocimiento es saber de los demás, sabiduría es conocer de uno mismo”. En esa misma línea, el gran Allan Watts nos habla de la ilusión de salud mental que nos creemos tener, basada en identificaciones bastante chuscas, o el gran investigador Charles Tart, nos habla del “Trance Consensual”, un estado de hipnosis colectiva, patología digamos que admisible socialmente, en que todos nos retroalimentamos en una dinámica extravagante pero funcional.

 

Se contraponen, pues, dos visiones, la popular, de ver la sociedad moderna y al hombre  “con sus cosas”, pero básicamente sano. Una visión alternativa es ver al hombre como básicamente incompleto y enfermo, no ineluctablemente enfermo o incompleto, sino con la imperiosa necesidad de crecimiento, de completud: o crecimiento o caos.

 

Y el crecimiento precisamente, al menos el personal, no es, desde luego, la prioridad en nuestro ambiente. Desde esta discapacidad o patología se puede explicar y comprender esto; a un solo paso del precipicio.


No vivimos en una sociedad madura formada por personas maduras, aunque “tenga cada uno sus cosas”. En mi opinión, se parece más a la tensa calma de un manicomio; un contrato social, que diría Rosseau, donde nuestros insanos impulsos, nuestro desvarío, nuestra demencia, o mente demente, nuestra falta de salud vital es suplida con arte por instituciones y religiones, éticas impuestas y normas, cárceles y aficiones, trabajos que acaparan todo nuestro tiempo o  energía, adicciones variadas y clavos ardiendo a los que agarrarse, con ese superyó o censor interno educado desde la infancia y tan útil como patológico.


Pero toda esa estructura, defensiva para “no comernos los unos a los otros”, que diría Saramago, se viene abajo a la mínima. “No hace falta que se junte todo el universo” que diría el viejo Pascal, para derribar este frágil equilibrio, basta lo más sutil, lo más mínimo, lo más pequeño para que nuestro castillo de naipes acabe derribado. Buscamos muchas veces un rival, un chivo expiatorio, un target donde reflejar toda la inmensa rabia retenida, “contra Franco se vivía mejor”, se dice de forma sarcástica pero acertada. Podemos encontrar el enemigo en cualquier parte, de hecho pasamos gran parte de nuestro tiempo buscándolo. El enemigo ideal es el diferente y el débil, el extranjero, el inmigrante, desde aquí se explica muy bien la xenofobia y el racismo que no es producto de una lucha por los recursos, se da también hoy en día en sociedades opulentas como Austria o Francia. El problema no es lo que falta, el problema  es lo que sobra a nivel psicológico.

Y desde ese paso adelante que nos lleva al precipicio, desde ese caos, se explica gran parte de la historia humana. Desde ese caos personal pero justificado e incluso premiado socialmente es donde se explica la demencia que acompaña al ser humano desde el principio de los tiempos. Desde ese precipicio se explica la espeluznante experiencia del holocausto: defender Alemania, mi país, mi raza del agresor judío, ser infrahumano, defender mi tribu, seguir al líder, sentirme parte del grupo sin el cual apenas subsistiría un solo día más. Se activa el miedo, y donde hay miedo no hay amor, decía Anthony de Mello. Se activa la inmensa carga de rabia, frustración, insatisfacción o Dukkha que se dice en el Budismo, toda esa carga que siempre estuvo ahí, dispuesta a la acción, y que ahora encuentra una vía de escape, porque la tensión tiende a la descarga, tanto en la física como en la “física mental”.

 

Cuando, por las razones que sean, dejamos de destinar nuestra energía mental a aquellas muletas que nos permiten a duras penas mantenernos, aquellos parapetos, aquellas adicciones o pasatiempos que nos permiten una útil aunque triste homeostasis, es entonces donde aparece aquello que también somos, aquellos que no queremos ver que somos, la sombra, lo no asumido, lo reprimido, lo que Eckhart Tolle llama la inconsciencia profunda, un paso más de la inconsciencia cotidiana, un odio, una rabia, una agresividad sorprendente y brutal. Aparece de lo que hablaba el gran Claudio Naranjo en su libro “La agonía del patriarcado”:

 

“Nuestra vida colectiva como seres humanos conoció tempranamente, en la prehistoria, la dureza de las glaciaciones y los periodos intermedios de grandes sequías. Fueron retos que estimularon a nuestros antepasados a evolucionar, pero también traumas que les precipitaron en un "abismo" de patología psicosocial. La motivación basada en la deficiencia -y la consiguiente explotación del prójimo, de la naturaleza y de sí mismos que de ella deriva- se ha perpetuado por contagio, infectando una generación tras otra el psiquismo de los seres humanos que nos han precedido”

 

Cuando damos ese paso, ese terrible paso que hoy aquí mismo y por dos bandos a cual más estúpido han dado, emerge esa agresividad que, ingenuos, creíamos, como seres cultos y civilizados no poseer; y también sale el conflicto irresuelto con mi padre, y sale que no soporto a mi marido, y salen las ganas de matar al jefe y sale ese: “elije bricolaje y pregúntate quien coño eres los domingos por la mañana. Elije sentarte en el puto sofá a ver concursos que emboban la mente y aplastan el espíritu mientras llenas tu boca de puta comida basura”  del monólogo inicial con el que empieza la cruda pero realista película Trainspotting, al trepidante ritmo de Iggy Pop.

 

El problema no es tener esas circunstancias, el problema es la alarmante inmadurez personal que te hace un ser al borde del abismo, un ser lleno de miedo y apatía, el problema es vivir coleccionando aquello que colecciones (amantes, dinero, viajes, coches, sellos, experiencias…) y sin comprenderse a uno mismo en lo más mínimo ni avanzar un milímetro. El problema es, desde luego, entrar en estos conflictos y arrojar la bandera como un YO tan grande que no cabe un TU. El problema es caer en los clichés de los cuentos de hadas, donde la bruja mala malísima con verruga en la nariz se enfrenta al príncipe guapo guapísimo y bueno buenísimo. Ni los buenos son tan buenos ni los malos tan malos, la cosas en la realidad son algo más complejas y menos ciertas. “El mundo está como está por culpa de las certezas” dice Jorge Drexler.

 

Podemos desde los cinco años mentales, desde ese “hombre niño” del que tanto habló Herman Hesse en su fabuloso Siddhartha, podemos arrojar banderas y decir yo soy español, de una España grande y libre (…) y sentir miedo y odio y sacar los dientes y hacer piña. Podemos ser tan estúpidos y volver a repetir la historia. O podemos, y tal vez sea la primera vez que lo hagamos, cumplir algún año más (hay algo peor que envejecer, y es seguir siendo niño, dice el refrán).

 

Estamos al borde del precipicio social, el personal ya lo han dado muchos por desgracia, un paso más y nos vamos todos abajo.  En mi práctica clínica, lo veo cada día, desde ese caldo de cultivo, una mala racha y entramos a engrosar las inmensas estadísticas de deprimidos o desesperados, al menos aquí no tenemos ese terrible culto a las armas que tienen en América y que les invita a salir por la “puerta grande” de permitirse, como última voluntad, aquello que tramaron en su pantano apestoso, como un Gollum cualquiera.

 

Solo veo una respuesta sensata a todo este lío llamado vida, y se llama crecimiento, y es darle si no más, al menos tanta importancia a evolucionar personalmente como a comer, trabajar, tener pareja, tener dinero o irse de viaje. Que no sea algo culturalmente fomentado no significa que no despertemos a esta realidad y nos resignemos a vivir en esa miseria humana.

                                                                                                                                            

 

Jose Bravo

 

precipicio

 

 

 

 

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