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Psicología cognitiva para la vida cotidiana

 


Es de Perogrullo que la psicología, como cualquier otra ciencia, más una ciencia entre social y médica, está al servicio de las personas y solo es posible entenderla desde este afán por mejorar nuestra vida, hacernos menos neuróticos, de aliviar nuestro sufrimiento en alguna medida, sufrimiento, que, viendo de un simple vistazo, por ejemplo, la cantidad de los medicamentos psicotrópicos administrados en la actualidad (ansiolíticos, antidepresivos, etc.), parece estar a unos niveles jamás antes vistos.


Pero es también verdad que no es fácil que a nivel popular se extiendan ciertos valores o ideas extraordinariamente comprobados en la práctica psicoterapéutica, comprendiendo que nuestros valores sociales son muy distintos a los valores de crecimiento, armonía interior y salud emocional; por el contrario, los valores predominantes son la imagen, el consumo, las adicciones diversas, el tener frente al ser, parafraseando al gran Erich Fromm. Pero “la terapia es demasiado buena para limitarla únicamente a las personas más desajustadas”, diría el gran terapeuta Gestalt Erving Polster.


En este sentido, podemos, con una simple metáfora, comprender qué es lo que puede aportar la psicología cognitiva a nuestra vida (de entrada, ya con una palabra rarita, cognición), no como particular divertimento de académicos con gafas y bata, sino, como decía el gran Anthony de Mello, con la simple comprensión de que ser espiritual o profundo es lo más práctico que hay en el mundo, pues sirve para sentirte mejor, llevarte mejor con tu pareja, o saber qué narices hacer los domingos por la mañana, entre otras muchas cosas.


La metáfora es la siguiente: imagina que las personas somos ordenadores; lo cual no es la comparación más humanista, pero se puede reconocer que, en ciertos niveles, somos comparables a las computadoras, aparatos de manejo y gestión de información. Ahora imagina que en un uso continuado de ese ordenador han entrado una serie de virus, pues el mundo real es complejo igual que el mundo digital. En la persona esos virus son emocionales, y pueden ser diversos “desaprendizajes”, por ejemplo: temas abiertos, traumas, infancia difícil, mecanismos de defensa, etc.


Ahora vemos nuestra computadora fallar; le cuesta arrancar, se bloquea, va muy lenta… Esto en la persona puede ser: sufre ataques de ansiedad, cambios bruscos de humor, desajustes varios.


Ahora vamos al “especialista” en problemas de este tipo, al informático. Ocurre que, en nuestra cultura, hay varios especialistas y el que, en nuestro país y en nuestra cultura, parece más disponible es un médico llamado psiquiatra, dentro de un modelo médico atomista, materialista y sintomático. En el poco rato que puede atendernos ese informático/psiquiatra, desde su visión médica, tan cuestionable, nos puede recomendar formas de cambiar o paliar la situación, su objetivo es el hardware, es decir, la parte física del ordenador. Y parece funcionar, porque con estas pastillas parece que nuestro ordenador/organismo tiene algo menos de sufrimiento.


Ahora imagina que hemos decidido otra opción y vamos a un especialista informático que no es médico ni está en ese paradigma, es un psicólogo experimentado. Observa el ordenador en detalle y nos pregunta si nos hemos bajado cosas, él ya sospecha que puede haber virus que estén fastidiando. En la persona, el psicólogo puede hacer preguntas referidas a nuestra infancia, a nuestras personas de referencia, para ir viendo la resonancia emocional de todo eso, viendo de qué concretamente está huyendo esa persona (dime de qué presumes y te diré de qué careces, dice la sabiduría popular). Entonces ese terapeuta, cómplice con la persona que demanda la solución, decide pasar un buen antivirus, esto es, una terapia que va descubriendo muchos de éstos para ir paulatinamente superándolos; y tras un trabajo intenso, sucede el milagro y la persona (o el ordenador) que antes solo podía paliar sus problemas con cascadas de química, está a otro nivel de salud (“no se puede resolver un problema desde el mismo nivel de conciencia desde el que se creó”, decía un tal Albert Einstein), con un nuevo software, o, mejor dicho, el mismo, pero perfectamente limpio y actualizado.


Porque… ¿es posible que se produzca una emocionalidad caótica, un comportamiento irracional o extraordinariamente neurótico solo con estos “fallos de software”, con virus emocionales? La respuesta la veo cada día en la terapia: rotundamente sí, lo cual no quiere decir que cualquier persona con esta problemática tenga solo virus, “la vida es más compleja de lo que parece”, dice el gran Jorge Drexler.


Conclusión; la psicología cognitiva plantea que nuestros problemas son en gran medida de software, de nuestros variados virus mentales, y fieles al famoso principio de parsimonia o navaja de Ockham, es mejor aplicar el remedio más sencillo, en el caso del ordenador, no cambiar la placa base o el microprocesador, sino pasar un antivirus, bastante menos invasivo, en el caso humano, no medicar hasta las cejas al paciente sino aplicarle un antivirus potente, por ejemplo una terapia cognitiva que le haga consciente de sus virus o errores en la apreciación y la gestión del mundo, facilitando que comprenda aquello que decía el gran psicólogo e ingeniero Charles Tart, de que “no vivimos en el mundo sino en una recreación (mental) del mundo”, o si se prefiere, como decía el Talmud, “no vemos las cosas como son sino como somos”.


La psicología cognitiva puede hacerte ver que tus problemas (esos por los que sales absolutamente acongojado de la consulta del psiquiatra) pueden ser, con mucha probabilidad, problemas de software, y como tales, corregibles y entrenables, desde la conciencia de ellos y el autoconocimiento, clave en el desarrollo, hasta el pensamiento ajustado y racional. Y todo esto lo sabemos los terapeutas con cierta experiencia, por el simple ejercicio de nuestro oficio y por ver cada día los cambios y las mejoras con esta terapia.

 

José Bravo

 

 

 

 

 

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